martes, 22 de agosto de 2017

LA CASA FRENTE AL FAROL

LA CASA FRENTE AL FAROL 

Una breve anécdota sobre una de las calles de una ciudad no muy grande en medio del desierto…

Mi nombre es Howard Haro, 5 años llevo viviendo aquí, nunca había tenido que soportar un clima tan bestial como el de esta ciudad. En invierno está fresco, en parte frío. El resto del año está bajo la manta de un calor sofocador. Al bajar del avión, el hervor de las ráfagas de viento palpaba sobre mi piel dejando una sensación de deshidratación profunda. 

Me he mudado unas cuantas veces de casa, dentro de esta ciudad. Primero por comodidad, y otras veces por distancias. A pesar de ser una ciudad pequeña, las distancias en verano suelen parecer eternas, haciendo imposible caminar en las calles por más de 5 minutos sin estar bajo una sombra, lo cual no ayuda mucho, solo lo hace un poco más soportable. 

La primera casa en la que estuve, se ubicaba cerca de una de las fábricas de gaseosa más populares, y también de una fábrica de pan. Es, en caso que siga en pie, una casa muy cerrada. El portón eléctrico era la única vía de entrada y las ventanas laterales que tenía en la cocina y las recamaras, eran cubiertas por las paredes divisoras de la casa de junto. En sí, era únicamente luz artificial la que alumbraba el interior. 

Sucedió una noche de octubre, cuando el calor disminuyó un poco, permitiendo andar a gusto por las calles. La única tienda cerca estaba a 2 manzanas de la casa, dado que recién tenía 2 meses viviendo allí, procuraba conocer un poco el vecindario para saber que tan peligroso podía ser. Esto último resultó en positivo, pues un mes después del acontecimiento, durante la noche, se escuchaban mínimamente ruidos que provenían de la azotea del vecino. Salí unos minutos después para encontrarme con una pequeña muchedumbre de personas del vecindario mirando las puertas abiertas y las ventanas rotas de la casa. Al parecer habían conseguido llevarse los sistemas de refrigeración, sistemas que aquí son esenciales para conservar la vida anualmente. Los vecinos habían salido y no estaban, llegaron un par de horas después para encontrarse con esto, pero para ese entonces decidí quedarme en cama y no salir a averiguar el desenlace. 

La noche en cuestión, en la que ocurrió el mal que inició con una secuencia de malas experiencias, me dirigí a la dichosa tienda en busca de un jugo o algo fresco para beber. Parecía normal el ambiente tranquilo con las calles despejadas, un tanto solitario, pero no preste atención a eso. Lo oscuro de la noche ya había caído y las luces de los postes era el único alumbrado. La tienda estaba cerrada y, como aún era temprano, opté por buscar otra cerca. Caminé un par de calles más adelante, después regresé por la calle paralela a la que venía y caminé la misma cantidad de calles hacía el lado contrario al que había iniciado. Los perros ladraban mucho, y, más que eso, lo que me sorprendió es tanta gente que tiene perros. Nunca había visto una ciudad con tanta gente dueña de una enorme cantidad de caninos en sus casas. El número parecía alucinante. 

Alrededor de las 10 de la noche, ya habiendo recorrido el barrio casi por completo, vi el letrero de una tienda a tres calles de distancia. Sin haberme perdido, teniendo mucho cuidado en recordar los caminos, no tuve problema para ubicar el camino de vuelta. En el regreso, ya con una botella de jugo de naranja en la bolsa y otra de jugo de manzana en la otra bolsa, avisté una calle que cortaba por dos de las que tenía que tomar para llegar a casa. Confiado de la serenidad del barrio, la tomé. La única diferencia era que no estaba pavimentada. En sí muchas calles carecían de una pavimentación decente, sin embargo, esta realmente estaba en pésimas condiciones. Los perros aumentaron sus ladridos considerablemente y en un parpadeo todo se envolvió en un silencio umbrío, opaco. Giré la cabeza para asegurarme de que nada hubiese pasado, lamentablemente fue el peor error que pude cometer. 

Al principio solo vi a una señora saliendo de su casa con un niño de la mano, un perro escapó por el hueco de la reja y desapareció dando la vuelta en la esquina hacia otra calle. Buenas noches, le dije a la señora y ella contestó amablemente. Jaló del brazo al niño, como teniendo prisa, y salió de la calle. Continué mi camino, un tanto empavorecido por el silencio tan profundo que reinaba y la luz que se hacía cada vez más tenue mientras me alejaba del único farol. Farol que se hallaba frente de la casa por donde salió la señora. Crucé la calle, y al girar en la esquina para salir procuraba ver más hacia atrás que al frente por miedo de que el doberman regresará.

Tropecé con un bache en el camino. Más temprano que tarde di cuenta que estaba en la calle recién transitada. El mismo farol en el mismo lugar, los perros seguían en silencio y el final de la calle lo más lejos posible. Avancé lentamente con un frío recorriéndome los brazos y las piernas, luego la espalda y la frente, en efecto, estaba sudando. Casi pego un grito cuando una luz se prende dentro de la casa frente al farol. Salió la misma señora y el mismo niño, traté evitar el contacto visual, pero fue imposible. El sombrero negro, adornado con plumas, le cubría gran parte del rostro, pero eso no impidió alcanzar a ver su mirada vacía. Buenas noches, dijo. Le contesté por reflejo de la amabilidad. Se retiró. Esta vez el perro no salió y eso me alarmó en parte. 

Comencé a controlar los nervios que tenía de punta, a pensar lógicamente que pudiera pasar. Claro era que, si salía del otro lado de la calle, el proceso se repetiría una y otra vez. Volví la vista a donde había entrado en un principio y caminé en línea recta. No por mucho después de que unos ojos llenos de ira amarillenta brillaran con el reflejo de la luz del farol. Un gruñido provocaba un vibrar leve en el piso. El intento de controlar el miedo fue vano. Corrí del otro lado de la calle y di la vuelta hacía el lado contrario que la vez pasada. De nuevo, en la calle que acababa de terminar, solo que en vez de salir hacía el principio, del lado más cercano al farol, salí del lado contrario, del lado donde la luz no alcanzaba. Esta vez di media vuelta para marcharme, pero la penumbra impedía el paso. Volteé nuevamente y corrí desesperadamente intentando escapar. La señora iba saliendo y alcancé a escuchar unas palabras de sus labios. Buenas Noches. Ignoré y di vuelta en la esquina. Salí. 

Está vez había salido exitosamente. Un poco desubicado busqué el camino de vuelta a casa. Cuando entré me percaté que en algún momento había perdido las bolsas con las bebidas. Esa noche tomé agua fría y soñé con la señora y su hijo. Sueño que no quiero recordar más.