miércoles, 1 de marzo de 2017

UNA TAZA DE CAFÉ

UNA TAZA DE CAFÉ


Me encontraba en la misma cafetería de siempre. Con un libro entre mis dedos de la mano izquierda y una taza de café sostenida por mi derecha. En mis labios se asomaba un detalle olvidado por el último sorbo al brebaje caliente con sabor vainillezco. En las pequeñas y cuadradas bocinas sonaba John Coltrain en el saxo, y las luces bajas daban al lugar una esencia de perfección y tranquilidad. 



No había novedad alguna ese día, la señora que sirve el café sentada en la pequeña barra hacía caer las cenizas del cigarrillo que cargaba en sus dedos, las parejas se sentaban en esas mesas de madera que con dos asientos se acomodaban con excelencia a la necesidad de ambos. El librero voluminoso color nuez seguía contra la pared. Nada nuevo había ese día, nada nuevo hasta que sonó un silbido del viento que corrió al abrirse la puerta. Una señorita de mediana estatura entraba abrigada al establecimiento. 



Se sentó en el sillón junto al mío suspirando un helado aliento como si este fuera su ultimo exhalo frío antes de respirar la calidez del lugar. Tomé una mínima importancia a ello manteniendo firme mi lectura. Tras unos breves minutos ella me condujo unas palabras


-Disculpa, ¿Podrías decirme la hora?

Al escuchar la suavidad de su voz interrumpí bruscamente la lectura, como si un murmullo de algún lugar muy lejano hubiese querido llegar a mis oídos sin haber hecho esfuerzo alguno. 

-Las siete treinta y seis- Respondí al voltear mi mirada hacia sus ojos. 

-Gracias- Asentó ella devolviendo su mirada hacia el libro que leía. -Ese libro, lo leí  hace tiempo- 

-Seguro que aún lo recuerdas con gusto- Dije 

-Es cierto, ¿Por qué lo dices?- Me preguntó con cierta manera de mover ligeramente la cabeza de costado. 

-Porque es un buen libro, y los buenos libros nunca se olvidan- Le contesté mientras observaba la contraportada del libro. De inmediato voltee a verla, y dirigí mi mirada a sus ojos, en los cuales se podía leer la nostalgia de años pasados. Tiempos que memoraba en fracción de segundos y presumían la virtuosidad con la que los revivía dentro de sí misma. 

-Shailey, Soy Shailey- 

Me presenté con ella y compartimos un par de palabras. 

-Hacía mucho que no me paraba en una cafetería como esta. Me trae buenas memorias en las que me sentaba por horas a leer y el tiempo...- 

-Se desvanecía con el atardecer- La interrumpí. 

-Y las lunas que salían eran, por lejos, al contarlas, una milésima de las paginas que desgastaban a las manecillas del reloj.- concluyó ella. 

En ese momento entendí que no era solo una mujer peculiar, con cierto celo por el amor a leer un buen titulo, sino que también confirmaba su intelectualidad. Y eso, más allá de sus ojos castaños, me atraía más llevándome a iniciar una conversación que duraría hasta el tono de las palabras humeantes de la señora que sirve el café.

-Es hora de cerrar, se ha hecho muy de noche y el frío seguro ya aumento considerablemente.- Nos dijo acercándose con dos termos. -Tomen algo de café, este va por la casa- 

Agradecimos cordialmente el buen gesto de la amable mujer y salimos por la puerta. 

-¿Es cerca a donde te diriges?- Me preguntó Shailey.

-Unos quince o veinte minutos caminando- Le dije. 

-Yo vivo cerca, quizá podamos concordar otro día y reciprocar nuevamente- Decía mientras se alejaba en la soledad de la noche. Y de igual manera me sumergí en la oscuridad de las calles haciendo mi camino a casa. 



Pasaron un par de semanas y cientos de hojas, muchas noches, y días. Pero por algún motivo en mis tiempos libres me acordaba de Shailey. Quizá fue su manera de hablar, o de mirarme a los ojos, probablemente habrá sido su perfume o de la misma manera pudo ser su voz tan suave, aunque algo me dice que fue más la compatibilidad con la que nos unía un tema de conversación tan espontáneo haciéndolo lo más interesante para ambos y compartir nuestras ideas estando, de algún modo, siempre relacionadas. Algo fue que me traía a pensar en solo su nombre. No me enfocaba en su rostro, ni en su cuerpo. Solo su nombre y las escasas horas que compartimos ese día, hasta que dos meses después la volví a ver, esta vez en una cafetería más concurrida y moderna. 

-¡Ahí estas!- Me dijo desde la puerta de la entrada alzando una mano en señal de saludo. -Te he visto desde afuera y he decidido venir y saludar, si no es molestia para ti- 

-Para nada, ¿Tomas algo?- Le pregunté

-Un café negro, te lo agradecerá mi cuerpo que hasta ahora ha estado un poco frío con el viento que ha pegado fuerte justamente hoy. Tiene ya un tiempo que no te vi, me alegra ver una cara conocida hoy día.-

-Nunca está de más encontrarse con alguna cara conocida.- Afirmé

-¿Qué lees?- Preguntó con una curiosidad ingenua

-Es un viejo libro que encontré en una librería en un viaje que tuve hace poco. Habla de relatos de amor, drama, y desesperación de amores antiguos.-

-Chapados a la antigua.- Añadió

-Así es.- Concluí

-Esta en otro idioma, debe ser japonés.-

-Lo es.- Afirmé

-Me gusta.- Dijo

-¿El qué?- Pregunté

-Esa clase de textos. Los encuentro muy fascinantes. ¿Lees mucho de esa índole?-

-Leo lo que me guste, si un libro no me gusta lo dejo y voy en busca de otro que me satisfaga-  

-Ya veo. Oye tengo unas entradas al teatro esta noche, es una función de comedia griega y me han cancelado con quien iría. ¿Harás algo más tarde?- Noté en ese momento que era la única y precisa oportunidad de conocer más de esta chica que apenas había visto un par de veces. Negué con la cabeza y quedamos esa noche para ir al acto teatral.

Durante la obra encontrábamos gracia en cosas que mucha gente callaba, y callábamos a lo que mucha gente reía o replicaba. Al salir, comentando lo que nos pareció más agradable del show cada quien, caminamos un poco y al virar la vista nos encontrábamos en una ruta que habíamos tomado sin destino previsto, un rumbo perdido en el cual compartíamos nuestras voces, miradas, risas y de cierto en cuando una mueca. El estar perdidos nos daba la ventaja de borrar las manecillas al reloj. Dándonos menos preocupación por encontrar una ruta conocida, distraídos con nuestras propias voces. 

Andamos cerca de un parque que se me hacía conocido pero no recordaba con exactitud si ya lo había visitado con anterioridad. Al ir enalteciéndose la luna, con ella nosotros dimos lugar al placer de observarle acostados en el césped, que, gracias a varias casas aledañas parecía estar haciendo menos viento, y con ello menos frío. Con un dedo comenzábamos a contar las estrellas y al perder la cuenta empezábamos de nuevo. Así como las nubes, también les encontrábamos formas al dibujar líneas imaginarias cruzando de aquí hasta allá, y de allá hasta el otro lado. 

-Perder la noción del tiempo es un lujo que no había presenciado hace mucho.- Dijo Shailey

-Y perder la noción del lugar creo que es más raro aún, perdiendo la noción de ambos deber ser una en un millón, o quizá en un billón.- Comenté

-Quizá.- Dijo ella volteando a verme a los ojos. Nos miramos por unos segundos y ella acerco su rostro en medio del silencio y la soledad que nos ofrecía aquella noche ya no tan fría. Una calidez se implanto en la memoria de mis labios y a la vez en los suyos. Nuestros ojos se encontraron una vez más después de haberse cerrado momentáneamente para, así de nuevo, volverse a cerrar y sentir esa dulzura degustante proveniente de su boca y la mía. Rocé sus mejillas moviendo sus cabellos con mis manos manteniendo, ambos, la mirada fija el uno en el otro. Perdiendo así la noción, también, del quiénes éramos y que hacíamos, desvaneciéndose con nosotros la noche entera, sumergiéndonos en un silencio abrazador y cálido que nos envolvía atrapándonos en el reencuentro de dos pieles que se reconocían sin haberse encontrado antes.